Por Elisa Simon
El rey al-Mu´tamid de Sevilla, heredó la taifa más poderosa y extensa de al- Andalus y gobernó entre los años 1069 y 1091. Al-Mu´tamid, desde muy joven dio
muestras de su valía como poeta, la cual debía compaginar con las obligaciones y responsabilidades propias de un gobernante. El rey convertía en poesía cualquier situación, ya sea en el campo de batalla, durante la caza con halcón, en la intimidad con su querida esposa, el desgarro por la muerte de sus hijos y sobre todo los poemas de su tiempo de cautiverio en Aghmat.
El arabista E. García Gómez escribió acerca de él:
“personifica la poesía en tres sentidos: compuso admirables versos; su vida fue pura poesía en acción; protegió a todos los poetas … “ (1)
En otra ocasión el arabista E. García Gómez lo describió como
“la poesía misma al frente de un estado”. (2)
escribió sobre al-Mu´tamid:
“su capital era lugar de encuentro para los grandes viajeros, una feria para los poetas, una alquibla hacia donde dirigir las esperanzas y un lugar frecuentado por los eruditos, de modo que ninguno de los reyes de su época llegó a reunir tantos
poetas importantes ni literatos admirables como él.” (3)
Poetas de la talla de Ibn Zaydun, Ibn Ammar, Ibn al-Labbana, Ibn Wahdun, Ibn Hamdis y muchos más conformaban este grupo selecto.
Los hombres de la corte de Sevilla, además de poetas, cultivaban otras artes, como la ciencia, la medicina, la astronomía, dominaban el uso del sable y solían ser magníficos jinetes. Sin embargo, no era fácil llegar a formar parte de esta corte. Todo aspirante debía empezar por tocar a la puerta del palacio y decir:
“soy poeta, para que fuese conducido al oficial encargado del alojamiento (sahib
al-inzal)” (4).
A partir de ahí se iniciaba un proceso más o menos largo, durante el cual, el aspirante debía aguardar hasta el día de audiencia, que solía ser los lunes. Llegado el momento, el candidato, probablemente hecho un manojo de nervios, debía pasar la prueba de aptitud, recitando bien versos propios o ajenos delante del rey y la corporación de los poetas. Si bien todos los miembros daban su opinión, la última palabra la tenía el rey. El poeta Abu-l-´Arab al-Siqilli, quien había llegado de Sicilia, al igual que Ibn Hamdis, a la corte de al-Mu´tamid, le entregó una qasida que había escrito:
BIBLIOGRAFIA: